Desde pequeña me quedaba embobada viendo las flores silvestres en el campo. Me fascinaba encontrar en un mismo espacio diferentes especies y colores, como si la naturaleza nos los quisiera enseñar todos. Recogía silenes, acianos, amapolas y conejitos, y con ellas montaba jarrones en casa utilizando cualquier bote con agua. Sin embargo, pronto las veía marchitarse. Era porque su lugar no estaba en casa.
Cuando crecí, mi primera profesión no fueron las flores, sino el mundo legal. Estudié una carrera y trabajé como consultora durante años. Pero un día, al igual que mis flores silvestres, me sentí marchitar en mi propio "jarrón de cristal". Entendí que mi lugar no estaba en una oficina.
Con el apoyo de los míos, abrí mi floristería, y desde entonces puedo decir que soy completamente feliz. Madrugo como los tontos, paso frío, me duelen las rodillas, cargo cubos… pero tengo el privilegio de acompañar con flores los momentos más especiales en la vida de las personas: desde un nacimiento hasta un adiós. Lloro como la boba que soy en todas las bodas, llamo a las parejas “mi novia” o “mi novio” y disfruto impartiendo talleres y cursos, feliz de propagar mi amor por las flores a los cuatro vientos.
Me llamo Rosa. Y soy florista.